Por: Álvaro de Jesús Arango Rivera. Bogotá, Colombia
Soy sacerdote desde hace 7 años, en el Obispado Castrense de Colombia, dentro de las Fuerzas Armadas. Es un acompañamiento personalizado a todos los soldados, en estos tiempos del conflicto armado que se presenta en nuestro país.
Algo que me marcó en mi ministerio sacerdotal fue enfrentar la muerte con los soldados de la unidad en la que estaba destinado. Recibimos información de que se haría un atentado con un coche bomba en la periferia de la ciudad. Este día llegué a la unidad militar para descansar, porque vivía dentro de la unidad. En la guardia me recibió el soldado que prestaba servicio a esa hora, un joven de 18 años de edad, a quien faltaba un mes para terminar su servicio militar. Me comentó que estaba preparándose para estudiar en la Universidad, y que su proyecto de vida era salir adelante y ayudar a su familia. Le di la mano y me despedí.
Entré en la unidad militar y me dirigí a descansar. Cuando estaba en mi habitación, durante la noche, escuché una gran explosión. Todo a mi alrededor se derrumbaba. Traté de salir pero la onda explosiva había bloqueado mi puerta. Como pude, salí, y estaba muy cerca de donde fue detonado el coche bomba, en la guardia de la unidad militar. Ver la escena de muerte fue impresionante. Vi cómo aquel soldado que hacía unas horas me contaba de sus proyectos para el futuro, estaba muerto. Había sentido su mano en la mía cuando horas antes me había despedido de él.
Esos segundos fueron una eternidad; tenía mucho miedo y quería salir corriendo. Se me acercó un oficial y me dijo: «Padre, es muy difícil para mí esta situación, tengo sólo algunos meses de salir de la Escuela de Oficiales, y esto que ha pasado, me deja muy inquieto, y tengo mucho temor». Cuando me dijo esto, yo sentía exactamente lo mismo, y recordé que era sacerdote, que había sido ordenado para acompañar a mis fieles y no salir corriendo; que mi fe era probada en este momento y que no podía huir. Si salía de esta situación, que todos estábamos viviendo, ¿qué mensaje dejaba a los soldados? Dirían todos: «hasta el sacerdote huyó, que era la única esperanza». Mi misión era demostrarles un Dios vivo, presente, protector y amoroso.
Les pedí que orásemos juntos para pedir la protección del Altísimo. Durante esos días me dediqué a acompañar a la tropa en la celebración de la Eucaristía, en pedirle a Dios la fortaleza para seguir enfrentando todas las situaciones que este atentado terrorista había dejado en los soldados y en mí personalmente. Seguí más comprometido en mi ministerio y entendí que mi presencia era sumamente importante.
Esta historia y otras mil, fueron recopiladas durante el Año Sacerdotal. Las cien mejores están publicadas en el libro «100 historias en blanco y negro», que puede adquirirse por AMAZON