Por: Alfonso Gutiérrez Estudillo. Cádiz (España)
Hacía un año que nuestro Obispo diocesano había consagrado el nuevo Templo y complejo parroquial que con tanta ilusión y esfuerzo habíamos construido para esta barriada de nueva creación. Aún estábamos equipando el nuevo Templo para el cuál había encargado a un escultor sevillano una imagen de tamaño natural de un crucificado que presidiera el ábside del altar mayor del nuevo templo parroquial. La comunidad parroquial estaba expectante ante la llegada de la talla, y habíamos realizado multitud de actividades para recaudar fondos y así poder sufragarla. Toda la comunidad parroquial embarcada en un mismo proyecto, la de dotar de una imagen al nuevo templo, la advocación elegida para dicha imagen en el día de su bendición no podía ser otra sino la de «Amor» Santísimo Cristo del Amor.
Comenzamos la Cuaresma y decidí realizar un Triduo dedicado a esta advcación del Amor Crucificado, la Adoración Eucaristíca y la Celebración de la Santa Misa que nos ayudara a profundizar y a vivir este tiempo de gracia y conversión. El Señor -al menos yo lo sentía así- me pedía una acción más: sacarle a la calle, evangelizar la barriada, acercar a Cristo a aquellos que no se acercan a la parroquia. Me puse manos a la obra y decidí realizar un Via-crucis procesional por las calles de la feligresía con la imagen del Cristo del Amor. Nuevamente toda la comunidad acogía la propuesta con entusiasmo e implicación: carteles por toda la barriada, ofrendas de flores para el paso que portara la imagen, el acompañamiento musical, la confección del Via-crucis, etc.
La fecha había llegado, todo estaba dispuesto, ilusiones y esperanza de la presencia del Amor de Dios en el camino de la cruz, pero no contábamos con un invitado. El día no acompañaba. Durante toda la mañana cayó un gran aguacero y las predicciones no eran nada halagüeñas. Toda la jornada hubo fuerte lluvia y viento. Las caras de los feligreses que se acercaban a ver el arreglo floral era de tristeza y desesperanza. Yo les animaba y les decía: «Cristo no defrauda a los que en él esperan; él nos ama, y nada pasa por casualidad. El creyente debe saber leer su historia en clave de fe, sabiendo que la mano de Dios está siempre en nuestra vida, y reconocer su obra en lo aspectos postivos como en los negativos de nuestra existencia, porque todo, lo bueno y lo aparentemente malo es para nuestra salvación. Debemos aprender a no preguntar tanto el porqué sino más bien el para qué de los acontecimientos de nuestra existencia».
Haciendo tiempo, ya lo daba todo por perdido. De pronto el timbre de la casa parroquial sonó. Eran las tres de la tarde. Pensaba que era algún feligrés para preguntar sobre el Vía-Crucis. He de confesar que me molesté un poco al pensar que eran un poco pesados, que no miran la hora, etc. Al abrir la puerta me encontre un hombre de mediana edad que me dijo que estaba realizando una peregrinación andando y si tenía algo comida y de ropa para poder cambiarse ya que estaba empapado del aguacero. No lo dude un instante, ¡iluso de mí! ¡Dios no entiende de horas! El Amor de Dios se encuentra en el amor concreto a los hombres, especialmente en el necesitado. Entendí que Dios me hablaba y me había visitado en ese instante en su presencia escondida en ese peregrino necesitado de acogida, alimento, ropa y un poco de calor. Me dispuese a atenderlo. Lo hice pasar, le di un poco de ropa, entablamos una conversación mientras comía, escuchaba la historia de su preregirnar y finalmente emprendió de nuevo su camino.
¿Casualidad o milagro? yo no creo en las casualidades, sino en la presencia del Dios de la historia que sigue saliendo al encuentro del hombre. Dios había visitado con su presencia en un pobre necesitado mi parroquia. Dios me pedía gestos concretos de amor antes de iniciar el Vía-crucis con la Imagen del Cristo del Amor. En ese instante el cielo paró de llover. Unos rayos de sol nos anunciaron la gracia que Dios derramaba sobre nuestra feligresía. El tiempo nos daba una tregua y pudimos realizar el via-crucis tal y como lo habiamos previsto. Siempre en contacto con la base militar de Rota que nos informaba sobre la evolución del estado metereológico, y sus palabras se cumplieron: Disponéis de tres horas de tregua sin agua, aunque la probabilidad de lluvia era alta. Los milagros existen: en cuanto entramos de nuevo en el templo con la imagen del Cristo, después de haber realizado el vía-crucis, la lluvia volvió a aparecer.
Dios nos había enseñado de nuevo la mejor lección de Amor. Como nos dice San Juan no podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos si no somos capaces de amar al prójimo al que si vemos. Salir a rezar el vía-crucis en la barriada, ante todo exigía conocer a los vecinos, estar cercanos a sus sufrimientos, esperanzas, tender la mano a los que sufren, denunciar las injusticias. Dios me llevó a profundizar de que era necesario estar con los jóvenes de la barriada que están esclavizados por el paro y las drogas, con las familias que sufren el cierre de una fábrica, denunciando las injusticias, etc.
Dios está cerca de nosotros, nos alienta con sus presencia, nos acompaña y se hace el encontradizo también en el ministerio del sacerdote. Tan sólo hay que tener una mirada de fe capaz de saber reconocerle como los discípulos de Emaús.
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