Por: Ángel Díaz Pérez. Yauco (Puerto Rico)
Soy un sacerdote desde mi adolescencia; me explico:
Mi primer retiro vocacional, lo hice a los 14 años. Desde temprana edad fui pensando seriamente en ofrecer mi vida a la llamada de la vida religiosa y sacerdotal. Fui desde niño educado para las cosas espirituales de mi Iglesia. De pequeño mi madre me enseñó a orar frente al santísimo, incluso en varias ocasiones, acompañé a mi madre a la librería religiosa. Aprendí de mi madre a ir a esta librería, tanto a formarme como a comprar detalles que fomentaban en mí la devoción popular.
A mis 16 años, al inicio del semestre escolar, nuestro profesor de “Salón Hogar”, señaló con seis meses de anticipación una tarea especial. Por ella nos calificaría. Ésta consistía en sustentar la profesión a la que nos dedicaríamos. Teníamos que traer datos, artículos y definiciones claras de la profesión escogida.
Un mes después de haber explicado y señalado la tarea nos volvió a recordar que deberíamos ir avanzados en nuestra preparación sobre la futura profesión. Esto la hacía él con la idea de ayudarnos a discernir qué queríamos estudiar para el futuro, ya que en menos de un año, estaríamos estudiando en la universidad.
Llegó la primavera, ya debía haber florecido, no sólo en nuestra tierra, sino también debió haber surgido en nuestras mentes los retoños de nuestros sueños, ideales y la pasión por alguna profesión especifica en la cual nos pudiéramos visualizar.
En una mañana de abril, el profesor comenzó la clase, como siempre, con un saludo cordial.
Nos dijo: “Hoy no daré clase como de costumbre, porque los estaré escuchando”.
Para mi sorpresa los primeros siete que llamó no tenían nada preparado. Daban excusas diferentes de por qué no lo habían hecho. Antes de llamarme, preguntó: «¿Cuántos de ustedes han preparado la tarea?»
Sólo yo levanté la mano. Me preguntó: ¿Sobre que informarás? Le respondí: “sobre el sacerdocio.”
Me abrió los ojos, como quien dice: ¡Eso era lo que faltaba para hacer más interesante la mañana! Pero no reaccionó mal ante el enojo con el grupo. Sólo me dijo: «eso no es una profesión». Le respondí: “Es más que una profesión, es una vocación”.
De momento, él no pensó darme la oportunidad, pero yo le insistí, porque trataba sobre mi futuro. Además había suficiente tiempo debido a que los demás no habían preparado nada. Le dije que me dejara intentarlo, aunque me calificara mal. Quería hacerlo para defender el llamado a la vida sacerdotal a esa edad.
Creo que fue el espíritu quien me estuvo impulsando a exponer la vida sacerdotal y religiosa sin miedo a pararme frente a un público de adolescentes un poco rebeldes.
El primero en mostrar interés fue el mismo profesor, quien me hizo varias preguntas. De momento pensé que estuvo interesado en ser sacerdote.
Gracias a Dios pude explicarme, según aprendí de todos los retiros vocacionales. Distinguí la diferencia existente entre profesión, ocupación, vocación y lo que es una carrera, ya que existe mucha confusión con estos términos. Esto justificaba mejor mi tema. “La vocación sacerdotal y religiosa”. Luego pasé a explicar cuando el sacerdote pertenece a una orden religiosa. Hablé de los votos, de la obediencia a los superiores y al obispo del lugar.
Su última pregunta fue: «¿Dónde está el Papa y qué hace actualmente?»
Le contesté: “No sé”. Pero esa pregunta la contestó él muy bien, y me sugirió siempre saber qué está haciendo mi jefe.
Han pasado 30 años de ese episodio, pero me he encontrado con ese profesor y con mis compañeros de clase. Todos me saludan con cariño, y aun pasmados cada vez que me escuchan hablar con la misma pasión sobre el sacerdocio. Ellos son testigos de que desde siempre he sido sacerdote para Dios y para la Iglesia. Aun mejor, ellos son testigos de la dignidad sacerdotal por aquel ejemplo del ayer, y por el mejor ejemplo que quiero dar hoy, de ese bello regalo que es la respuesta al llamado a la vida sacerdotal y religiosa.
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