En la siguiente historia del Padre Morgan Francis Batt, nos narra como un soldado le pregunta si podrá irse al cielo y el padre le responde que no… Descubre que hace el soldado al escuchar esta negativa:
Podían palparse los nervios cuando entramos en el avión de transporte militar que nos llevaría a la antigua tierra de Abraham y Babilonia, la actual Irak.
Todos nos sentíamos hermanos de sangre, entrenados y preparados para cualquier cosa que pudiera ocurrirnos en la guerra.
Llegamos a nuestra base, en el sur de Irak, en junio de 2007. Pocas horas después los rebeldes ya estaban lanzando misiles contra nosotros, aunque no tenían muy buen tino, gracias a Dios.
Y casi cada noche, entre las 20:00 y las 22:00 realizaban este «ritual de misiles».
En ese momento religiosamente, el sonido de las sirenas comenzaba a sonar y nosotros, temblando y bien armados, nos metíamos en bunkers de concreto, tipo tumba, para esperar el cese del fuego.
Mi bunker estaba junto a nuestra pequeña y humilde capilla de madera, que llamé «Nuestra Señora de las arenas».
Una noche, las sirenas sonaron; yo ritualmente me armé y me lancé al bunker.
Dentro de la estructura de concreto había otros nueve soldados, todos muy jóvenes; todos deseando y esperando que la noche pasara sin sorpresas. El soldado que estaba sentado junto a mí era una de nuestras estrellas deportivas.
Él se giró hacia mí y me preguntó: «Padre, si una de las bombas cae sobre mí esta noche y muero, ¿Iré al Cielo?»
Yo consideré mi respuesta, teniendo en cuenta que él era un hombre grande. Me giré, lo miré a los ojos y le dije: «¡No!»
No pudiendo creerlo, dijo: «En serio padre, ¿iré al cielo?»
Repetí: «¡No, porque no tienes respeto por nadie. Eres un joven egoísta que no respeta a las mujeres y bebe demasiado!»
Se puso en frente de mí con la boca abierta y dijo: «Entonces ¿Qué tengo hacer para ir al cielo?» Una famosa pregunta que ya había sido hecha a Jesús por otro joven…
«Bueno -dije- si hicieras ahora una oración de petición de perdón y te cayera un misil, quizás irías allí».
«De acuerdo», dijo el soldado.
«¡Escuchen todos, el padre va a rezar!»
En ese instante un misil cayó a unos 500 metros de nosotros, e hizo temblar la tierra; nuestros huesos crujieron; había fuego por doquier.
«Rece ahora, Padre. ¡Ahora!» -suplicó el jóven-.
Y así lo hice. Abrí mis manos e hice una pausada oración por este soldado y por los otros que estaban en el búnker.
Una oración de autoexamen y arrepentimiento, sobre la necesidad de Dios en nuestras vidas en los momentos de oscuridad y temor.
Cuando terminé, el silencio dentro y fuera era desolador.
Todos en el pequeño bunker me estaban mirando, y aquel soldado fuerte que quería ir al cielo estaba llorando.
Es muy bello cuando llevas un alma a Dios a través de un acto de ministerio pastoral y de oración. En aquellos momentos cercanos a la muerte un hombre encontró vida nueva.
Ese bunker de concreto era una tumba de la que nosotros resucitamos a una vida nueva. Uno nunca olvida un momento sacerdotal como este.
Semanas después volví a ver al joven y le pregunté cómo estaba. Él dijo:
-«Padre, no soy un ángel, pero <<el Jefe>> y yo nos estamos llevando muy bien.
-«Te veo en la capilla el domingo», le dije.
-«Seguro, padre, ahí estaré»
Y se fue a su siguiente control. Espero en Dios que algún día podamos salir de aquí.
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