Un sacerdote debe ser
Muy grande a la vez y muy pequeño, de espíritu noble como si llevara sangre real y sencillo como un labriego héroe, por haber triunfado de sí misma, y hombre que llegó a luchar contra Dios, fuente inagotable de santidad y pecador a quien Dios perdonó, Señor de sus propios deseos y servidor de los débiles y vacilantes.
Uno que jamás se doblegó ante los poderosos y se inclina, no obstante, ante los más pequeños, dócil discípulo de su maestro y caudillo de valeroso combatientes, pordiosero de manos suplicantes y mensajero que distribuye oro a manos llenas, animoso soldado en el campo de batalla y madre tierna a la cabecera del enfermo, anciano por la prudencia de sus consejos y niño por su confianza en los demás, alguien que siempre aspira a lo más alto y amante de lo más humilde.
Hecho para la alegría, acostumbrado al sufrimiento, ajeno a la envidia, transparente en sus pensamientos, sincero en sus palabras, amigo de la paz, enemigo de la pereza, seguro de sí mismo.
Amén