La familia de un señor enfermo le llevan un Sacerdote para confesarlo, pero el enfermo, enojado y molesto, lo rechaza. La insistencia de su esposa y su hija lo salvaron.
Una mujer adulta y su hija, fueron corriendo a la parroquia en busca del Sacerdote porque su papá estaba muy grave. Ellas querían que se confesara y le ungieran con los Santo oleos.
El Sacerdote llegó muy amable con el señor, quien ya estaba moribundo, cuando de repente le reprochó muy enojado el hombre al Sacerdote:
-¿Qué hace aquí? Yo no me voy a morir.
Siempre es difícil cuando eres consciente que podrás morir muy pronto, y cada uno tiene una manera muy distinta de reaccionar, pues se activan nuestras defensas de supervivencias, sin embargo, solo la gracia de Dios permitirá ver la tranquilidad y paz en esos últimos momentos.
Ya llevaban como 30 minutos discutiendo, intentando convencer al hombre que la gracia de la confesión y los Santos Oleos no significaban una muerte segura.
Una vez harto el Sacerdote, decidió salir del cuarto, pero se encontró con otro problema:
La esposa y la hija no lo dejaron ir, pues querían que su esposo y padre se salvara.
En este momento me pregunto: ¿Qué sería de nosotros sin estas mujeres que tanto nos aman e insisten por nosotros?
De tal manera que el Padre, exhausto, se dio vuelta, volvió a entrar al cuarto, tomó una silla y se sentó enfrente del Señor.
-«Ya le dije que no me voy a confesar, ¡Largo de aquí!»
El padre, casi sin pensar, le respondió enojado:
-«No lo voy a confesar, solo estoy aquí viendo cómo el Diablo se lleva un hijo de la chingada»
El Señor se quedó callado mientras lo veía fijamente. Fue entonces cuando recapacitó, pidió disculpas y recibió el Sacramento de la Confesión y la Unción de los enfermos.
Aunque a muchos nos puede escandalizar esta manera de respuesta, yo creo que el Espíritu de Dios le dio las palabras a este Sacerdote para que su hijo se salvara.
¿Quiénes somos nosotros para cuestionar las maneras de obrar de Dios?